Por: Carlos Tudela Ocampo
Desde su fundación, la vida política de Bolivia se ha caracterizado por el acenso al poder de líderes que basaron su accionar en el reconocimiento informal de sus liderazgos por parte de las multitudes, las que en su momento depositaron en éstos su interés conjunto para que resolviese sus problemas. Estos líderes fueron quienes se disputaron la silla presidencial a lo largo de la historia, siendo muchos los partidos políticos que se organizaron en torno a la popularidad de sus caudillos, careciendo efectivamente de un programa para acceder al gobierno.
En esta lógica histórica, llama la atención cómo en la actualidad los opositores al oficialismo ya no pretenden organizarse sobre las bases de una ideología, un programa de gobierno, o siquiera en torno a un caudillo que sea el eje catalizador de sus postulados, sino que, ante la ausencia de ese liderazgo y de líneas ideológicas, se mueven en torno a un disparejo listado de intenciones y espejismos mediáticos, tomando como bandera la icónica imagen de un perrito vagabundo que por hambre siguió por varios días una marcha política de protesta, y que más tarde fue bautizado con el nombre de Petardo.