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jueves, 30 de octubre de 2014

El eclipse neoliberal y la nueva luna plurinacional


Por: Patricia V. Valencia Azurduy
Enrique Flores (nombre ficticio del personaje) un modesto comerciante y artesano de la zona de la Uyustus que se dedicaba a la confección de zapatos para dama veía pasar el día a día sin un futuro promisorio agobiado por sus deudas y la falta de clientela.

Este noble oficio lo había heredado de su difunto padre Don Jacinto Flores que había tenido que aprender el arte de la zapatería de un sopetón, luego que él y miles de trabajadores fueran despedidos de las minas, 15 años atrás bajo el anuncio de una relocalización de trabajadores. 

Enrique estaba casado con Yolanda, una joven orureña, que cansada por la falta de oportunidades de empleo, decidió instalarse en la ciudad de La Paz. Pero en aquellos tiempos la vida era difícil para cualquier campesino y semi-alfabeto. 
 
Por esta razón, empezó como empleada de hogar, pero en aquel entonces los sueldos para este tipo de empleos no estaban reconocidos ni siquiera para recibir el salario mínimo nacional, el cual de todas maneras había sido congelado por los gobiernos del pasado que a fin de reducir sus abultados déficits fiscales negaban incrementos a sus trabajadores.
 
Ambos estaban casados y tenían tres hijos, el mayor de los cuales tuvo que abandonar la escuela para ayudar en las labores domésticas por las mañanas y trabajar confeccionando calzados por las tardes acompañando a su padre. El segundo trabajaba como ayudante de uno de los compadres de Enrique, a cambio de un capital de trabajo que obtuvo. El menor, que por poco no sobrevive al parto a consecuencia de los pocos cuidados prenatales de Yolanda, presentaba un cuadro de tuberculosis, que debido a los escasos recursos de la familia, no pudo terminar su tratamiento. 
Así como esta familia, muchos hogares bolivianos seguramente recuerdan a Bolivia, en los años del neoliberalismo, como un país altamente endeudado y por tanto con poca capacidad de realizar políticas públicas en favor de la población más necesitada, con bajos niveles de crecimiento que se veían reflejados en pocos empleos y altos índices de pobreza.

A partir de la gestión 2006, se aplica una nueva política económica que comenzó con la nacionalización de los hidrocarburos, orientada a cambiar la matriz productiva y erradicar la pobreza. De esta forma el Estado asumió un rol protagónico en el desarrollo económico mediante la industrialización de los recursos naturales, mayor inversión pública reflejada en la construcción de carreteras, puentes, aeropuertos, sistemas de riego, electrificación rural, construcción de escuelas, centros de salud, áreas deportivas, entre otras, implementación de programas sociales como el Programa Nacional de Alfabetización y Post-Alfabetización, la Tarifa Dignidad y con medidas dirigidas a redistribuir el ingreso otorgando bonos sociales como el Juancito Pinto, Juana Azurduy y Renta Dignidad y los incrementos salariales por encima de la inflación que benefician a sectores de menores recursos.  
Estos resultados del nuevo modelo económico se reflejan en el crecimiento del PIB de 5,0% en promedio en el periodo 2006-2013, la disminución de la deuda externa de 51,6% en 2005 a 17,7% respecto del PIB en 2013, la tasa de desempleo abierto urbano que bajó de 8,0% en 2006 a 3,2% en 2012, y la mejora de los ingresos de la población más pobre reduciéndose de esta manera los índices de pobreza extrema de 38,2% en 2005 a 21,6% en 2012 y los de pobreza moderada de 60,6% en 2005 a 43,4% en 2012. Estas cifras muestran como el modelo de economía plural permitió terminar con la noche neoliberal, augurando una luz de esperanza de mejores días para las y los bolivianos.

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