Por: Juan Carlos Suntura Ramos
Ya lo decía Adolfo Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz 1980, “Un pueblo sin memoria está condenado a ser dominado”. Sin embargo, muchos economistas de corte neoliberal prefieren obviar este recordatorio histórico, basando sus argumentos en cuestiones superfluas del contexto, encubriendo el fondo y destacando la forma coyuntural de las cosas.
América Latina tuvo mucho que aprender luego de más de dos décadas de gestión gubernamental bajo el modelo neoliberal, cuyas consecuencias para nuestros países fueron desastrosas: mayor pobreza, mayor concentración de la riqueza, estancamiento de las economías, dependencia respecto del capital financiero transnacional, privatizaciones, abandono del Estado a las políticas sociales, deuda externa irresponsable, bajos salarios y un elevado desempleo.
El caso boliviano no fue la excepción. Solo para refrescar la memoria, en Bolivia hace 12 años era impensable quedar desprovistos de los billetes verdes (dólares), sencillamente porque recurriendo a ellos las familias podían preservar el valor de sus ahorros; de ahí que el tipo de cambio era la noticia más importante del día. Actualmente eso ha cambiado, ahora se tiene plena confianza en nuestra moneda. A eso le denominamos bolivianización, fenómeno que se refleja en el hecho de que en 2017 el 86,6% de los ahorros estaban en Bs, frente a solamente el 16,1% en 2005. Antes de ese año, el Estado no podía realizar inversiones de gran magnitud como actualmente lo está haciendo, dado que no contaba con los recursos necesarios para hacerlo, porque las reglas de asignación favorecían a los privados en desmedro de las arcas nacionales.
A partir de 2006, las nacionalizaciones revirtieron esta situación y el Estado boliviano se convirtió en protagonista de la economía, llegando a invertir más de $us 4.772 millones en 2017, siete veces más que los $us 629 millones de 2005. Esto explica que en el periodo neoliberal era poco probable emprender un proceso real de industrialización, pese a que siempre fue el discurso de muchos gobiernos, que esperaban la buena voluntad y la benevolencia del sector privado.
Con el anterior modelo no se podía soñar que nuestra economía alcance los primeros lugares de crecimiento en la región; peor aún en un contexto externo desfavorable (con fuertes caídas del precio del petróleo), porque sencillamente se descuidó el motor interno de la economía, que actualmente tiene una alta incidencia en el crecimiento del PIB y nos permite crecer aún en un clima de crisis internacional.
Hablar de sostenibilidad de la deuda resultaba incoherente en tiempos neoliberales, debido a que el nivel de deuda respecto a los ingresos de la economía sobrepasaba el 50% (para la Comunidad Andina, porcentajes superiores indican mayor riesgo de insostenibilidad). En estos últimos años ocurre todo lo contrario, existe sostenibilidad debido a que la deuda respecto al PIB en 2017 alcanzó solamente el 24,9%, muy por debajo al 51,7% registrado en 2005.
Son muchos los cambios trascendentales que las familias experimentan día a día. Sin embargo, cabe preguntarse, ¿qué hay más allá de la bolivianización, de las inversiones, de los resultados sociales, de la sostenibilidad, etc.? En el mediano plazo se espera pronunciar aún más el crecimiento y que las nuevas inversiones (materializadas en grandes proyectos como la planta de Urea, el desarrollo integral de la salmuera, las plantas de cemento, la planta de acero del Mutún, inversiones en energía) rindan frutos e incrementen nuestros ingresos para seguir planificando una mejor economía con resultados sociales.
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