Por: Omar Velasco Portillo
La caída del precio del petróleo en las últimas semanas ha motivado la publicación de varios artículos de opinión de economistas nacionales y extranjeros que avizoran un lúgubre futuro para la economía nacional. Tres elementos han sido puestos en discusión: el bajo crecimiento en el mediano plazo, un aumento de deuda externa y disminución de las reservas internacionales, y la inundación de productos importados. Frente a este panorama funcionarios del FMI recomiendan austeridad fiscal, flexibilidad cambiaria y un replanteamiento de las políticas.
Este es el tercer año consecutivo de desaceleración de la región. Ningún país se ha salvado de la caída estrepitosa de los precios de las materias primas. Con independencia del modelo económico o la ideología política, los países de la región han experimentado el deterioro de sus términos de intercambio, un empeoramiento de su balanza de pagos y pérdidas de reservas internacionales. En este escenario gris, cobra por demás importancia la pregunta ¿por qué Bolivia seguirá creciendo? La gran diferencia respecto de otros países se halla en: i) la orientación y tipo de políticas, ii) el momento de su implementación y iii) el margen de holgura que tiene para dar continuidad a las mismas.
Muchos países que siguieron los consejos del Fondo Monetario Internacional (FMI) ahora enfrentan problemas de inflación, volatilidad cambiaria y bajo crecimiento. La razón se debe a que desde la visión más dogmática del Fondo, es prioridad corregir los desequilibrios externos e internos como prerrequisito para estimular el crecimiento económico. La flexibilidad cambiaria se tradujo en mayor inflación, que sumada a la salida de capitales por el fortalecimiento del dólar condujo a los bancos centrales a endurecer su política monetaria elevando tasas de interés, limitando así el consumo y la inversión.
En un afán de corregir las cuentas fiscales, los países se vieron forzados a incrementar impuestos y retirar subsidios y otras prestaciones sociales que no hicieron otra cosa que deprimir aún más el consumo interno. Detrás de la priorización del gasto que recomienda el FMI están los recortes a la inversión pública como en Brasil.
La mala orientación de medidas ha acentuado la recesión y ha llevado a enfrentar dilemas de política para quienes las han imitado; sacrificar crecimiento por estabilidad; atenuar la caída de las exportaciones a costa de aumentar la desigualdad y la pobreza; reducir los salarios reales en aras de fomentar la competitividad. Muchos de estos consejos son apropiados por economistas del ámbito local que simpatizan con las políticas del Fondo y se obstinan en mostrar un panorama sombrío de la economía nacional.
En Bolivia, a diferencia de otros países, las políticas económicas son contracíclicas y no están condicionadas a la inestabilidad cambiaria de nuestros vecinos, y tampoco se ha recurrido a ajustes fiscales traumáticos. Segundo, su efectividad proviene de la oportunidad y velocidad en su aplicación. Mientras que algunos países han comenzado a darse cuenta que, frente a un entorno externo debilitado, lo mejor es pensar en estimular el propio mercado, Bolivia lo viene realizando desde mucho antes. Tercero, la economía boliviana está mucho mejor preparada porque se han constituido amplios colchones fiscales y externos que respaldan la continuidad de las políticas en curso.
En un contexto como el actual es menos probable crecer por encima del 6% como en 2013, pero un crecimiento de 5% resulta por demás razonable, más aún si el resto de países lo hacen en menos de 3%. Las políticas económicas debieran continuar en la misma dirección que tan buenos resultados han redituado a pesar que su mérito aún sea soslayado. Asimismo, el FMI debiera evitar mayores injerencias sobre las políticas internas de los países miembros.
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