Leyendo un artículo publicado por la prestigiosa
revista británica The Economist titulado “Bolivia’s rentier republic”
(Bolivia, república rentista), me llamó la atención el mensaje que
encerraba su enderezado análisis y su visión pesimista del desempeño
económico boliviano de largo plazo, por lo cual me permito poner a
disposición de usted, amable lector, mis impresiones.
En principio, resulta un halago que un medio tan prestigio como aquél
destaque el crecimiento sostenido, la inclusión social y la reducción de
la pobreza en los años recientes, cuando décadas atrás, Bolivia era
conocida en el mapa económico mundial por sus elevados niveles de
déficit y endeudamiento público, o por la famosa hiperinflación de los
años 80 que hasta aparece en los libros de texto como ejemplo de lo que
no hay que hacer.
Sin embargo, se debería aclarar que
el éxito de la reducción de la pobreza no depende de la captura de las
rentas petroleras, ya que, por ejemplo, en 2013 el 83% del presupuesto
del Gobierno central (que paga el 67% de los salarios del sector
público) fueron financiados con impuestos nacionales, mientras que la
política de entrega de bonos para madres y niños tiene como sustento los
rendimientos de las reservas internacionales en un caso, y las
utilidades de las empresas públicas en el otro. Por tanto, la política
de redistribución del ingreso está respaldada en el crecimiento del PIB,
del cual el sector de hidrocarburos incide solo en 0,9%.
En artículos como “The party is over” (La fiesta se acabó), publicado
también en The Economist, queda en evidencia que la revista británica
promueve el capitalismo internacional, así como su sesgada percepción
respecto a la conducción de la política económica de gobiernos de
izquierda.
Sin embargo, es bastante claro que los
resultados macroeconómicos de Venezuela o Argentina no son comparables
con lo que se viene mostrando en Bolivia. Por lo que no es verdad que
todos los gobiernos socialistas per se sean malos en la conducción de la
política económica, así como no todos los gobiernos neoliberales han
sido exitosos en la búsqueda del bienestar de sus pueblos. Véase por
ejemplo el caso de México o Brasil, donde la apertura comercial, la
integración a los mercados financieros o la industrialización parcial no
han logrado eliminar la pobreza, la desigualdad y el descontento social
que hoy coexisten.
En el artículo comentado tampoco
resulta clara la comparación que realiza respecto a economías de libre
mercado como es el caso de Perú. La lógica rentista está también
presente incluso en las naciones que apuestan por el libre mercado, y es
parte del pecado original con el que nacieron la mayoría de los países
en desarrollo con escasa acumulación de capital, y por la cual se ven
obligados a explotar sus recursos naturales no renovables. Por el
contrario, los resultados alcanzados por el Perú en comparación con
Bolivia demuestran que se puede ser más eficiente en la reducción de la
pobreza creciendo un poco menos del potencial y con niveles de inversión
focalizados en infraestructura que beneficie también a las familias en
lugar de las empresas.
El viejo debate entre
neoliberalismo y socialismo posiblemente sobrevivirá otros 100 años,
luego de la revolución rusa de marzo de 1917, pero una cosa es
indudable: independientemente de la dirección económica que elijamos,
continuaremos siendo un país productor de materias primas en alguna
medida, con mayor o menor incorporación de valor agregado, como
consecuencia de la división internacional del trabajo (una de las leyes
del capitalismo moderno), por cuanto el debate en sí mismo no está en
ser o no ser un país “rentista”, sino en cómo utilizar esas rentas
económicas, y es ahí donde los resultados para Bolivia hablan por sí
solos.
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