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jueves, 15 de mayo de 2014

Respuesta a The Economist

Por: Omar R. Velasco Portillo
Leyendo un artículo publicado por la prestigiosa revista británica The Economist titulado “Bolivia’s rentier republic” (Bolivia, república rentista), me llamó la atención el mensaje que encerraba su enderezado análisis y su visión pesimista del desempeño económico boliviano de largo plazo, por lo cual me permito poner a disposición de usted, amable lector, mis impresiones.

En principio, resulta un halago que un medio tan prestigio como aquél destaque el crecimiento sostenido, la inclusión social y la reducción de la pobreza en los años recientes, cuando décadas atrás, Bolivia era conocida en el mapa económico mundial por sus elevados niveles de déficit y endeudamiento público, o por la famosa hiperinflación de los años 80 que hasta aparece en los libros de texto como ejemplo de lo que no hay que hacer.

Sin embargo, se debería aclarar que el éxito de la reducción de la pobreza no depende de la captura de las rentas petroleras, ya que, por ejemplo, en 2013 el 83% del presupuesto del Gobierno central (que paga el 67% de los salarios del sector público) fueron financiados con impuestos nacionales, mientras que la política de entrega de bonos para madres y niños tiene como sustento los rendimientos de las reservas internacionales en un caso, y las utilidades de las empresas públicas en el otro. Por tanto, la política de redistribución del ingreso está respaldada en el crecimiento del PIB, del cual el sector de hidrocarburos incide solo en 0,9%.

En artículos como “The party is over” (La fiesta se acabó), publicado también en The Economist, queda en evidencia que la revista británica promueve el capitalismo internacional, así como su sesgada percepción respecto a la conducción de la política económica de gobiernos de izquierda.

Sin embargo, es bastante claro que los resultados macroeconómicos de Venezuela o Argentina no son comparables con lo que se viene mostrando en Bolivia. Por lo que no es verdad que todos los gobiernos socialistas per se sean malos en la conducción de la política económica, así como no todos los gobiernos neoliberales han sido exitosos en la búsqueda del bienestar de sus pueblos. Véase por ejemplo el caso de México o Brasil, donde la apertura comercial, la integración a los mercados financieros o la industrialización parcial no han logrado eliminar la pobreza, la desigualdad y el descontento social que hoy coexisten. 

En el artículo comentado tampoco resulta clara la comparación que realiza respecto a economías de libre mercado como es el caso de Perú. La lógica rentista está también presente incluso en las naciones que apuestan por el libre mercado, y es parte del pecado original con el que nacieron la mayoría de los países en desarrollo con escasa acumulación de capital, y por la cual se ven obligados a explotar sus recursos naturales no renovables. Por el contrario, los resultados alcanzados por el Perú en comparación con Bolivia demuestran que se puede ser más eficiente en la reducción de la pobreza creciendo un poco menos del potencial y con niveles de inversión focalizados en infraestructura que beneficie también a las familias en lugar de las empresas. 

El viejo debate entre neoliberalismo y socialismo posiblemente sobrevivirá otros 100 años, luego de la revolución rusa de marzo de 1917, pero una cosa es indudable: independientemente de la dirección económica que elijamos, continuaremos siendo un país productor de materias primas en alguna medida, con mayor o menor incorporación de valor agregado, como consecuencia de la división internacional del trabajo (una de las leyes del capitalismo moderno), por cuanto el debate en sí mismo no está en ser o no ser un país “rentista”, sino en cómo utilizar esas rentas económicas, y es ahí donde los resultados para Bolivia hablan por sí solos.

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