Por: Katherine Hinojosa
Actualmente está en discusión una nueva ley de servicios financieros. La misma está siendo profundamente resistida por el sistema bancario. No es para menos, pues desde el nombre cambia la naturaleza de la industria, orientándola al “servicio” de la población en lugar de la preservación de las utilidades de los banqueros.
Se ha discutido bastante acerca de los beneficios de la regulación bancaria. Entre ellos se encuentra la posibilidad de establecer tasas pasivas “piso” (las que pagan los bancos a los ahorristas) y tasas activas “techo” (las que los prestatarios deben pagar a las instituciones financieras). Sin embargo, me gustaría enfocar la cuestión de las implicancias para la política monetaria, que si bien no son abordadas por la norma en cuestión, tendrán un efecto en el largo plazo que contribuirá de sobremanera al desarrollo.
Los bancos pueden crear dinero. Esta es una idea que para la mayoría de la gente puede resultar absurda, pero aun así es verdadera. El público cree que los bancos sólo pueden prestar el dinero que los ahorristas depositan en las instituciones financieras. Este es el origen del concepto llamado “intermediación financiera”, pues estas instituciones “intermedian” entre ahorristas y prestatarios. Sin embargo, no todos los ahorristas acudirán al mismo tiempo a recoger su dinero. De esta manera, los banqueros pueden “crear” más dinero del que cuentan, por la sencilla razón de que no necesitan tener a disposición las monedas y billetes de los ahorristas. Y aunque así fuera, en una moderna estructura financiera, el Banco Central acudirá al rescate de cualquier institución financiera que tenga problemas de “liquidez”.
Lo señalado tiene varias implicancias para la política monetaria (que se ocupa de controlar la masa monetaria en circulación). La primera radica en que si bien el Banco Central puede ir en una dirección (por ejemplo contrayendo la masa monetaria para que la inflación no crezca) no necesariamente la banca privada tiene que seguir dicha orientación. De hecho, casi siempre va en la dirección contraria. En un periodo de expansión, como el que vive Bolivia, a la banca le interesa prestar, con ello contribuye a la aceleración de la inflación, mientras que al instituto emisor le interesa contraer. Con una banca privada regulada estos problemas se atenúan, pues se tiene cierto control sobre el “dinero secundario” ya que lo que crean los bancos está bajo relativo control de las autoridades monetarias.
Cuando se habla de “control”, los partidarios del libre mercado consideran que es un atentado a la industria. Empero, si se observa con atención lo que ha ocurrido en economías como la estadounidense, se advertirá que dejar la “creación de dinero” en manos de los privados no es el camino más aconsejable. Si bien la Reserva Federal tuvo parte de la culpa con la emisión indiscriminada de dólares, otro tanto hicieron los bancos privados. El resultado es ampliamente conocido: la economía de EEUU está en bancarrota. Bolivia puede muy bien evitar este camino con su nueva ley de servicios financieros. Curiosamente, la mayoría de los argumentos de esta nota no son de mi autoría, sino corresponden a Milton Friedman, cuya obra más galardonada se llama: Los perjuicios del dinero.
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