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miércoles, 6 de abril de 2016

El endeudamiento como señal de crisis

Por: Omar Velasco Portillo
Una de las funciones básicas de la política económica es mitigar el efecto de los choques externos como el deterioro de los términos de intercambio (TI). En un contexto como el anterior parece justificable recurrir a la inversión pública para compensar la pérdida de dinamismo externo con mayor impulso fiscal; pero si las condiciones son tales, que la caída de los términos de intercambio debilita la posición externa y fiscal, generando déficits gemelos, surge la pregunta sobre si se debe recurrir a deuda externa para mantener el crecimiento o ¿no? Y casi por añadidura se descuelga otra pregunta: ¿es correcto afirmar que la contratación de deuda es una señal de crisis en el país?

Para los exponentes más dogmáticos del libre mercado el crecimiento “sideral” de la deuda externa es una preocupación de todos los días, por cuanto la respuesta a la primera pregunta sería un retundo “no”, y a la segunda, un “sí” absoluto, puesto que es un síntoma de la crisis que venían prediciendo hace bastantes años y que el Gobierno habría terminado por reconocer al contratar más deuda.

Una lectura más cuidadosa a esas afirmaciones debería comenzar por diferenciar entre endeudamiento y sobreendeudamiento. El endeudamiento es una práctica normal que realizan países y empresas para financiar sus operaciones. El sobreendeudamiento ocurre cuando un país contrae más deuda de la que razonablemente puede pagar. Sus consecuencias producen bajo crecimiento y pobreza, como la que vivimos en los años 90 cuando nuestras obligaciones con el exterior superaron 85% del PIB. Esta situación es muy lejana a la que vivimos hoy, en la que la deuda respecto del PIB representa 18%.

Que el ahorro interno no sea suficiente para financiar la inversión de un país no tiene por qué ser motivo de consternación. Eso quiere decir que el país se debe endeudar, y en contra recibe ahorro externo del resto del mundo para financiar el crecimiento del país. Históricamente el ahorro nacional en Bolivia ha sido insuficiente para empujar el crecimiento económico, por lo que gran parte de la vida republicana se tuvo que recurrir al externo. Pero menor ahorro interno tampoco es en sí mismo un signo de debilitamiento económico si la inversión nacional, y particularmente la pública, crece más rápidamente, lo que justamente ha pasado en los últimos años.

También existe un evidente contenido ideológico cuando se objeta el destino y retorno de la futura deuda desconociendo que el país cuenta con un Plan de Desarrollo Económico Social para los próximos cinco años que delinea el destino de los recursos a proyectos productivos e infraestructura.

La mayor parte de organismos internacionales en su reciente visita a La Paz, y economistas respetados como Dani Rodrik (profesor de la universidad de Harvard), están convencidos de que la forma de enfrentar la caída del precio de las materias primas es con mayor inversión pública y contratando más deuda en lugar de ajustes ortodoxos como la subida de impuestos y recortes de gasto corriente.

Mientras que otros países como Perú, Ecuador, Paraguay y muy pronto Argentina están tratando velozmente de fondearse recursos externos, en Bolivia coexisten las voces de críticas de opinadores que todavía cuestionan por qué y para qué endeudarse.

Bolivia cuenta con un margen importante para seguir prestándose si así lo requiere, siendo la deuda una práctica ideal para suavizar el ciclo económico al cual están recurriendo varios países. Más deuda no necesariamente es símbolo de flaqueza, sino por el contrario de fortaleza, porque demuestra que el país está en condiciones de acceder a créditos con otros países e inversionistas porque confían en la solvencia del Gobierno boliviano.

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